La España que vio Azaña
Pedro Sánchez presume de 100 días de Gobierno feminista, ecologista y no sabemos cuántos ismos más. Se supone que en el amplio diccionario de la izquierda cabe todo aquello que su buenismo, el principal de todos los ismos, admite. Arropado bajo su mesa presidencial, viste la propaganda con el mismo arte que un ilusionista nos convence de su magia, aunque en el fondo todos sepamos que, tras el espejo, siempre hay un doble fondo. Suele ocurrir cuando la progresía fetén llega al poder, sea marxista o socialdemócrata. Se preocupa por honrar la memoria de Gramsci antes que la de Besteiro y así articula, urbi et orbe, su ideología trasnochada. En una sociedad como la nuestra, anestesiada por lo efímero, creemos con facilidad aquello que nos cuentan sin reparar en la verdad de lo que sucede. Nos vende Sánchez una España en color, de justicia social y poética, bajo los acordes del No-Do monclovita que cada mañana glosa sin parar sus éxitos por el BOE de las redes sociales. Resuena el tararí musical mientras vemos despegar el Falcon hacia la España del futuro, ya en 2030, libre de corruptos y separatistas, con pleno empleo y Sanidad universal hasta para los bonsáis. Una España unicornio, con Calvo ejerciendo todavía de portavoz de la trola buenista.
Pero hoy es siempre todavía, que decía el bueno de Machado. Cuando gobierna el PSOE la marmota del despropósito aparece de nuevo: no he visto una izquierda más obsesa con el pasado que la española. Incapaz de proyectar las miserias hacia adelante, se afana en extraer nuestros demonios con el único fin de perpetuar sus fosas morales. Todo cabe en este mandato de ocurrencia y marketing. Lo que haga falta menos ocuparse de lo importante. No extraña que con los socialistas el paro sea lo de menos. De hecho, les ayuda que haya desempleo, así tienen como garantizar el voto cautivo de los que menos tienen, mientras fríen a impuestos a los que aún resistimos al cadalso del INEM.
En sus primeros tres meses podemos ya confirmar que Sánchez es el presidente peor preparado de la historia de España. Y será el peor presidente que nos ha gobernado. Ha entregado TVE al chavismo, Economía y Hacienda al populismo y España entera al separatismo. Y no se moverá de allí, porque ha hecho de su sillón su reino, aunque sea el de un país en el que no cree. Dirigir España con los enemigos de España es algo que solo en este ruedo se torea y tolera. Se ve como normal ver al golpista Torra pasearse por El Objetivo, en siniestra paradoja, impartiendo un máster de cinismo sectario, con la aquiescencia de la presentadora, que dejó sus implacables entrevistas, sus extenuantes repreguntas y su inquisitorial interrogatorio para otro día. La equidistancia era esto, masajear el lomo al separatismo a ver si olvida su pedigrí racista. No hay nada peor para una nación que los creadores de opinión hablen en nombre de la democracia, ese concepto que ha tenido tantas interpretaciones como contextos. Y encima que sólo les importe ésta cuando gobiernan los suyos del brazo de quienes desprecian al resto.
Empero, y a pesar de todo lo que hace para autodestruirse, España subsiste, como gritó Azaña desde el Ayuntamiento de Barcelona un caloroso verano de julio del 38. Sabía, como Bismarck antes, que la fortaleza de la nación española excede a sus protagonistas, que antes arman el odio que la palabra, y cavan la trinchera del desacuerdo para no aceptar que España es una en su historia, pero no en su discrepancia. “Donde haya un español o un puñado de españoles que se angustian pensando en la salvación del país, ahí hay un ánimo y una voluntad que entran en cuenta”, decía don Manuel. Claro que él tuvo que sufrir a Companys, el golpista bíblico del separatismo. Pero hasta la nación más fuerte del mundo puede sucumbir a los cien días bajo el mandato de un tipo como Pedro Sánchez. Por eso pide que le soportemos otros doce años más. Hasta él mismo sabe que es inaguantable.